DE TORRE A TORRE. CINCO EXCUSAS PARA DESCUBRIR OTRO LITORAL.

Rutes | febrero 2, 2017

De las cuatro torres de Formentera y Espalmador se han restaurado tres y una de ellas se puede visitar por dentro gratis y sin cita previa, los sábados de 10 a 13h.

Las torres debían contar con artillería, pero finalmente no todas fueron equipadas debidamente.

Texto: Josep Rubio | Fotografía: Próximo Ferry

La silueta de las aguerridas torres de defensa de Formentera sugiere un pasado lleno de peligros provenientes del mar. Desgraciadamente, como ha sucedido con tantas infraestructuras necesarias para la isla, estas torres llegaron tarde y se erigieron bien entrado el siglo XVIII, cuando los corsarios pitiusos, a bordo de jabeques y otras embarcaciones, ya habían perseguido sin tregua a sus enemigos norteafricanos. Sin embargo, es innegable que las torres debían contribuir al optimismo de los ibicencos que a lo largo del siglo XVIII repoblaron Formentera, una isla que hasta finales del siglo XVII llevaba casi 350 años sin residentes estables, convirtiéndose en una base para piratas y corsarios que se recuperaban o preparaban para nuevas incursiones.

De las cuatro torres de Formentera (Punta de la Gavina, Punta Prima, es Garroveret y Pi des Català) y la de s’Esplamador (sa Guardiola), se han restaurado tres y una de ellas se puede visitar por dentro gratis y sin cita previa, los sábados de 10 a 13h. Se trata de la del Pi des Català, desde donde se domina todo el litoral de Migjorn, desde la Punta Roja, hacia el este, hasta el Cap de Barbaria hacia el oeste. Hecha de piedra arenisca, piedra caliza y mortero de cal, tiene dos pisos y está situada en una pequeña colina a 23 metros sobre el nivel del mar, en medio de un bosque de pinos y sabinas. La restauración del arquitecto local Marià Castelló, ha respetado los sistemas constructivos originales, sobre los que ha aplicado algunas estructuras de acero para hacerla transitable, como la puerta de acceso o la escalera interior.

Esta torre fue el escenario de un episodio relacionado con la Guerra de la Independencia (1808-1814), cuando un contingente de milicias locales obligaron a reembarcar a una cuarentena de navegantes galos que habían hecho tierra persiguiendo una polacra inglesa. Incluso los milicianos, campesinos armados y que contaban con escasa instrucción marcial, consiguieron hacer un prisionero entre los franceses.

Las torres debían contar con artillería, pero finalmente no todas fueron equipadas debidamente. Eran habitadas por torreros mal pagados que a menudo tenían que combinar su trabajo con otros quehaceres, como la ganadería o el contrabando. Cuando desde la torre se divisaba una vela enemiga, el vigilante hacía brular el corn (soplar por una caracola a modo de bocina) para advertir a los residentes cercanos que buscaran refugio en lugar seguro, como la iglesia con carácter de fortificación de Sant Francesc. Además, para advertir a las otras torres, se encendía fuego con vegetación seca por la noche, con el fin de crear llamaradas visibles o se hacía quemar leña o paja húmeda de día, para hacer señales de humo.

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