CALA EN BASTER Y LA TORRE DE PUNTA PRIMA

Rutes | mayo 17, 2018

El nombre viene del oficio de «baster» (guarnicionero), la persona que hace bastos para las bestias de carga.

La torre no contó con vigilantes permanentes hasta el 1852.

Texto: Josep Rubio | Fotografía: Próximo Ferry

Culminando el extremo occidental de es Carnatge y a unos dos kilómetros de Sant Ferran, justo donde el litoral bajo y rocoso de la costa de Tramuntana comienza a elevarse, encontramos cala en Baster. Se trata de un rincón con acantilados de piedra arenisca que conforman una herradura encarada a gregal (noreste). En el lado más protegido de los vientos, hay varios varaderos de pescadores que tienen la peculiaridad de estar excavados en la piedra. Se trata de una zona poco concurrida incluso en verano, que no cuenta con arena pero sí con unas aguas cristalinas y unos fondos rocosos que invitan a practicar el buceo. El nombre de la cala proviene del oficio de baster (guarnicionero), es decir, la persona que hace bastos, un adorno de las bestias de carga que consiste en un cojín lleno de paja, o de otros materiales blandos y ligeros, que se adapta al lomo del animal y sobre el que se colocan los serones.

Si estamos a lo alto de la cala, podremos acceder al mar por la derecha, siguiendo por el exterior la rinconada, o bien por la izquierda, bajando una escalera de piedra pegada al acantilado. Si optamos por esta opción, antes de encontrar los primeros escalones, seguiremos un camino que pasa entre el precipicio y los muros de las propiedades vecinas. Justo al comenzar a caminar observaremos, grabada en la roca del suelo, uno de los hitos de Marc Ferrer, el repoblador de Formentera. Se trata de la señal que delimitaba por el este la media legua cuadrada que el rey Carlos II había concedido al ibicenco en 1695 en la primera de las dos gracias reales de las cuales fue beneficiario.

Desde Cala en Baster, en un paseo de unos tres kilómetros en sentido norte, podremos disfrutar de las vistas de los impresionantes acantilados que alcanzan los 50 metros de altura. La vegetación, más bien escasa por la falta de suelos ricos y por la exposición a la salinidad y los vientos, está compuesta por especies que viven en grietas y están adaptadas a las condiciones austeras, como las sabinas o los Limonium.

Aparte de la omnipresente lagartija endémica de estas islas, lo más destacable de la fauna son las aves acuáticas, como el protegido virot petit (pardela balear), el cormorán o la gaviota.

En el extremo de Punta Prima está la torre del mismo nombre, a unos 32 metros sobre el mar y desde donde se domina el litoral norte y noreste de la isla. La construcción forma parte del sistema defensivo de cinco torres distribuidas a lo largo de la costa de Formentera y s’Espalmador. La finalidad de estas atalayas era vigilar la costa y proteger a la población de las incursiones de los piratas y corsarios norteafricanos. Esta red de torres erigida a mediados del siglo XVIII permitía establecer comunicación visual entre los puntos más estratégicos de la costa. Para comunicar una torre con otra, se empleaban señales de humo y, de noche, pequeñas hogueras. Algunas de ellas, como la de es Pi des Català, llegaron a contar con piezas de artillería, pero la de Punta Prima sólo fue un punto de vigilancia del que no se tiene noticia de que dispusiera de guardias permanentes hasta la creación del cuerpo de torreros, en 1852, cuando le fueron asignados dos. El extremo final de Punta Prima se encuentra a poco más de dos metros sobre el nivel del mar, pero para llegar a él hay que ir con buen calzado, porque la roca forma cavidades y pinchos que hacen complicado el andar, aunque si completamos el recorrido, podremos darnos cuenta del porqué del nombre de la punta y disfrutar de las panorámicas sobre la costa de levante, s’Espalmador, s’Espardell e incluso Tagomago.

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