EL «FESTEIG PAGÈS»

Próximo Ferry | junio 14, 2018

La «iaia» era una persona que controlaba que el honor de la chica quedara intacto.

Al oír palmas, el joven sabía que había sido desafiado y que tendría problemas al salir.

Texto: Josep Rubio

Hasta la llegada del turismo a las Pitiusas, en la década de los 60, las bodas en Formentera e Ibiza venían precedidas por el «festeig» (cortejo), un período en que los solteros de ambos sexos se conocían y relacionaban bajo unas estrictas normas sociales . A través de la Tertulia de Sabios de Ràdio Illa, cinco ancianos de Formentera han explicado sus experiencias de juventud a la hora de buscar pareja.

Paco Portas recuerda los kilómetros que tenía que recorrer a pie hasta las casas donde vivían chicas y que se tenían que hacer rápido, ya que si otro llegaba antes, «se decía que ‘te daban «capot» (capote) y ya podías dar media vuelta». El cortejo se hacía en Formentera por las tardes y noches de los martes, jueves y sábados además del domingo al salir de misa, cuando los jóvenes se agolpaban a la salida del templo para buscar la mejor posición junto a una joven (a partir de los 15 años ya podían cortejar) a quien se tenía que preguntar si «quieres seguir?», para que el pretendiente recibiera el consentimiento para acompañarla al menos un trozo de camino hasta casa. Ahora bien, estas caminatas nunca se hacían en solitario, la figura de la «iaia» era una persona de confianza (la madre, abuela o hermana) que supervisaba que el honor de la chica quedara intacto.

Pep Ferrer rememora que, en los cortejos en las casas, era costumbre que el joven, al llegar, hacía un silbido para anunciarse, entonces «salía el padre o la madre que lo invitaba a sentarse» en las sillas situadas en la enramada con esta finalidad. Normalmente la chica se cambiaba de ropa, se arreglaba, y se preparaba para salir, cuando algún miembro de la familia se ocupaba, mientras «hacía cordeles o hilaba lana», de supervisar a la pareja. Explica Fracisca Ribes que «este era uno de los motivos por los que no había mucha simpatía hacia las suegras», mientras que Pep señala que «a pesar del control también había bodas de penalti», porque «en aquellos tiempos no había Morral», bromea. Entonces, como siempre, cuando ambos se han entendido ya lo han hecho venir bien para citarse, quizás «de camino a ordeñar las ovejas o hacia la tienda», como apunta Pep.

Ahora bien, a menudo los cortejos eran motivo de disputas y peleas, Paco rememora que a veces podían reunirse «veinte jóvenes, o más, en la entrada de una casa» y había corredizas para ver quién llegaba el primero. Pep recuerda «una vez que dos jóvenes embistieron la puerta al mismo tiempo y cuando salió el padre les pidió que esperaran un momento, que iba a buscar el código para saber quién de los dos se quedaría con la chica. Al volver lo hizo con una vara en la mano y rápidamente no quedó ningún joven para discutir». Paco, reconoce que estas acumulaciones de jóvenes agitados alrededor de las casas eran «un poco salvajes» y pone como ejemplo cuando «íbamos a jalear a alguien», un hecho que equivalía a desafiar a un joven que se encontraba conrtejando en el interior de una casa. Al oír palmas, el muchacho tenía que salir y enfrentarse a sus rivales, y si no lo hacía «esperábamos hasta que saliera y entonces a pedradas, le hacíamos huir bien lejos».

Rita Costa indica que cuando los padres vetaban a un pretendiente para su hija, la única manera de superar la negativa era «robando a la muchacha», lo que significaba que el joven se traía a su amada a dormir a casa o a la de algún familiar. La joven ya no volvería a casa de sus padres hasta que estuviera casada, y en estos casos la boda se preparaba con total celeridad. La época del cortejo se acababa cuando los jóvenes se prometían, y desde ese momento los jóvenes ya no salían con nadie más. A pesar de que el cortejo podía durar varios años, es conocido un caso extremo, el caso de una pareja que estuvo saliendo 21 años. Rita recuerda como el hombre, con sorna, decía: «Siete años para conocerla, siete para tratarla y siete para ir tocando».

La tradición del cortejo acabó con la llegada del Turismo, como evoca Pep Costa, pocos años más joven que su hermana Rita: «Lo que hacíamos en verano era ligar con las francesas y después llegaba el invierno y las payesas nos daban calabazas», mientras que Pep Ferrer apunta que el sistema educativo ha tenido mucho que ver: Años atrás ellas no iban a la escuela, y para conocerlas teníamos que ir a su casa, puede que entonces no hubiéramos hablado. Ahora ya se conocen y hacen relaciones yendo a la escuela «.

Sobre la manera actual de establecer relaciones sentimentales, Paco no tiene ninguna duda que «hubiera tenido que nacer más tarde», dice, mientras que Rita explica que «se ha pasado de un extremo al otro, hoy en día, más bien son ellas las que «cortejan», y para Fracisca, «ahora esto ya no se mira, entonces una chica no se hubiera atrevido a decir nada a un joven, ahora tenemos igualdad», asegura sonriente.

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