HACER LAS AMÉRICAS A LOS 16 AÑOS

Història | febrero 22, 2018

Junto con otros 15 jóvenes, Pep Mayans embarcó hacia Cuba para trabajar en una explotación de carbón vegetal.

En el rancho, las comodidades se reducían a una cabaña de hojas de palmera, un carajo y un cojín relleno de salvado.

Texto: Josep Rubio | Fotografía: Archivo familia Barber

Las duras condiciones del campo de Formentera y las escasas posibilidades de obtener ingresos en metálico más allá del agotador trabajo en las salinas, impulsaron a cientos de isleños a buscar fortuna en América, especialmente en Cuba. El profesor de la UIB, Antoni Marimon, ha documentado que al menos 285 formenterenses desde finales del siglo XIX hasta la mitad del siglo pasado buscaron un futuro mejor en la isla caribeña. Uno de estos isleños que fueron a hacer las Américas fue Pep Mayans Ferrer, Pep de na Teueta.

Era un campesino que en 1920, a la edad de 16 años, embarcó en la expedición organizada por su tío, que consiguió alistar a 16 jóvenes de Formentera para trabajar en una explotación de carbón vegetal en la isla de la Juventud, entonces llamada isla de los Pinos. La producción de carbón, junto con la pesca de la esponja o el trabajo en las fincas de caña de azúcar, fue uno de los sectores donde faenaron los formenterenses emigrados a Cuba. En cuanto a la elaboración del carbón vegetal, los isleños gozaban además de una especial habilidad, ya que era una tarea que muchos dominaban y habían practicado en Formentera.

Maria Mayans Juan, Maria de’n Barber, es una de las cantadoras más celebradas de la isla e hija mayor de Pep. Muy vívidamente, recuerda algunas de las palabras del padre sobre las experiencias de su viaje de juventud. Partió hacia Barcelona cargado únicamente con los bienes que cabían en un saco de lona de alpargata atado con cuerda. En la ciudad catalana embarcó a bordo de un buque que hizo escala en Cádiz y probablemente en Canarias, antes de poner rumbo a Cuba. La travesía duró 28 días, y después de 11 jornadas sin tener tierra a la vista, los pasajeros divisaron una gaviota, presagiando la próxima llegada a Cuba. Pep y sus compañeros de emigración observaron las primeras montañas y, juguetones por el hito, así como seguros de que las horas a bordo ya estaban contadas, cogieron las patatas de la despensa para divertirse tirándolas a las gallinas. Los jóvenes se llevaron una severa reprimenda del patrón, que les recordó que aquella era sólo una isla que todavía distaba muchas millas de su puerto final.

Llegados a la isla de los Pinos, su destino fue trabajar en uno de los llamados ranchos, una explotación de carbón vegetal situada en el campo. Pep no debía char mucho de menos a sus vecinos, porque trabajó rodeado de formenterenses, una característica común sobre todo a raíz de que algunos de ellos, como Xomeu Tur Escandell, de can Jai de la Mola, hicieran fortuna y llegaran a contratar a más de 50 paisanos en su empresa de carbón vegetal.

Eso sí, los trabajos eran bastante duros, a menudo tenían que ir a buscar leña a lugares inaccesibles para los animales, así que eran los trabajadores quienes debían cargar a la espalda los maderos y luego estibarlos en unos caballos que se resistían a marchar con aquella ingente carga en la grupa.

Como vivienda, en el rancho contaban con cabañas hechas con hojas de palmera sostenidas con un puntal, donde descansaban en simples hamacas atadas a dos maderas y en las que se acomodaban con la ayuda de un cojín relleno de salvado. Una hamaca que acompañó a Pep en el viaje de vuelta y años más tarde se convirtió en un juguete para Maria, que aún hoy recuerda las horas en que, de pequeña, se había mecido en él.

Para comer, su padre decía que se alimentaban de carne de cerdo que llegaba depositada en cajas y no siempre en buen estado. Una dieta que a veces complementaba con las tórtolas cazadas en un estanque cercano al rancho.

El intercambio de noticias con Formentera era lento pero regular, la correspondencia con la familia era común gracias a que la mayoría de los hombres, a diferencia de las mujeres, sabían escribir para, precisamente, poder ir a la emigración. Este era el caso de Pep, que cuando estaba en Formentera, de noche y en ratos muertos, se había preparado aprendiendo letra con su padre, quien a su vez también había ido a América. Recuerda María, que en aquellos tiempos se decía que si un hombre sabía hacer una carta y una cuenta, ya tenía bastante escuela. Precisamente en uno de los escritos que le llegó de Formentera, sus padres le notificaron que había surgido la posibilidad de comprar un trozo de bosque, provechoso para hacer pastar las ovejas y cabras de la familia. Las monedas de oro que ganó en los tres años de trabajo en Cuba se invirtieron en esta empresa, ya que a Pep, a diferencia de otros jóvenes, no necesitaba destinar los ahorros en la construcción de una casa o en la compra de una barca.

Al cabo de tres años de haber partido, Pep volvió a Formentera, de nuevo para trabajar en el campo y dos o tres meses al año, trabajar de temporero en la recolecta de la sal. Se esposó en 1929 y en 1930 tuvo la primera de cinco hijos, Maria, que hoy vive en una casa cercana a Sant Ferran rodeada de sus cuatro hijos, cinco nietos y cinco bisnietos.

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