EL FARO D’EN POU, EL FARO DE SANT FERRAN

Artículos de Josep Rubio | mayo 3, 2018

En 1913 un gran temporal obligó a los fareros y sus familias a refugiarse en s’Espalmador

La denominación de isla dels Porcs aparece en cartografías del siglo XVIII.

Texto: Josep Rubio | Fotografía: Próximo Ferry

El núcleo urbano de Sant Ferran no tiene playa, ni siquiera litoral. Ahora bien, si recuperamos la antigua división por parroquias de Formentera, la localidad de ses Roques cuenta con un área de influencia bien extensa, de unas 1.320 hectáreas que, en el sur, comienza en la cruz del Pare Palau (cerca de ses Clotades) hasta el norte, en la punta de Tramontana de s’Espardell, que a su vez es el extremo septentrional del término municipal de Formentera. Así, comprendidos dentro de la parroquia de Sant Ferran de Ses Roques están s’Espalmador y la isla dels Porcs (Cerdos), donde se levanta el faro de’n Pou.

El nombre de este islote nos evoca la presencia de la foca monje del Mediterráneo, ya desaparecida de las aguas pitiusas y que también fue llamada Vell Marí o Porc Marí. Esta denominación aparece en cartografías del siglo XVIII si bien desde la construcción del faro también se le llama isla de’n Pou, en memoria del ingeniero que erigió la señal marítima que hoy todavía podemos contemplar en funcionamiento.

Emili Pou fue promotor de la primera carretera entre la ciudad de Ibiza y Sant Antoni, en 1861, y también quien proyectó y dirigió los trabajos del faro de la Mola (desde 1860 hasta 1861), mientras que finalizó el de la isla dels Porcs en 1863. En un principio no estaba planificado construirlo, pero las malas experiencias aconsejaban que el Freu Gros no podía estar señalizado sólo por el norte, con el faro dels Penjats, sino que había que indicar también el extremo sur del estrecho, para garantizar la seguridad de los barcos que cruzan entre Formentera e Ibiza.

La isla es plana y de bajo relieve, apenas 3 metros sobre el nivel del mar, y el faro, de casi 29 metros de altura, coronaba una construcción de planta cuadrada donde vivían las dos familias de fareros que pronto se dieron cuenta de los inconvenientes de la excesiva proximidad con el agua, ya que los días de temporal de llebeig (suroeste) o poniente, las olas entraban por las ventanas y el edificio sufrió un rápido deterioro por haber sido construido con marès de poca resistencia.

En 1899 se redactó un proyecto para edificar una nueva vivienda separada del faro, en un lugar más protegido de la isla, obras que fueron terminadas en 1902 y ejecutadas con piedra de Santanyí, que ofrecía más consistencia. El anterior edificio fue derribado, excepto la torre del faro, que pasó a tener una base circular en vez de cuadrada. Además, se excavó una galería subterránea de decenas de metros que enlazaba la torre con la vivienda, porque durante los temporales las olas pasaban por encima del islote. A pesar de estas mejoras, en 1913 un potente tornado se llevó la cubierta de la nueva casa, dejándola prácticamente en ruinas, sólo con las paredes maestras en pie. Los fareros pudieron refugiarse en la vecina isla de s’Espalmador y la vivienda se reconstruyó. Finalmente el faro fue automatizado en 1935, cuando pasó a contar con un alumbrado de gas acetileno con encendido automático por válvula solar.

En la era de la navegación con radar, ‘plotters’ y cartas electrónicas, el faro de’n Pou tiene una apariencia luminosa con grupos de destellos de tres más uno, cada 20 segundos. Para Joan Torres, capitán de uno de los barcos de línea que navegan entre La Savina y Vila, los faros no han dejado de ser útiles: «Además de las ayudas de la tecnología, tienes que fiarte de tus ojos y observar las señales de referencia en la navegación». Aparte del ámbito profesional, para Torres los faros tienen un componente emotivo: «Cuando tenía menos de 10 años pasaba temporadas con mi tío, que era el farero de la Mola». Se trata de Antonio Ferrández Matamoros, quien fue técnico de este faro entre 1943 y 1985. El navegante explica que aún mantiene en el recuerdo una viva impresión de aquellos instrumentos y espacios, «grandes y peculiares, a los ojos de un niño «. A pesar de las palabras de su amigo, Javier Pérez de Arévalo, el último farero de la Mola, que suele comentar que «el romanticismo de los faros se termina en el momento en que entras a trabajar en él», el capitán asegura que no le importaría «pasar un par de meses en un faro» y el dels Porcs es «muy interesante» porque «recuerda a los del Mar del Norte, donde hay faros en rocas muy pequeñas, en las que sólo hay comunicación con buen tiempo» y añade: «Debe ser curioso estar allí un día de tormenta, en contacto total con la naturaleza».

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