La batalla de Formentera

Història | julio 13, 2017

A bordo del ferry rumbo a La Savina, pasados los Freus, miramos hacia babor y vemos la isla de s’Espalmador, donde después del acantilado coronado por la torre de sa Guardiola, se abre la playa de s’Alga . Una bahía arenosa y franca, hoy es un destino codiciado por miles de turistas, un área de fondeo regulada, un patrimonio natural que sus propietarios han puesto a la venta. Pero esta misma playa fue espectadora, a las 7.30 del lunes, 25 de octubre de 1529, de una terrible batalla naval en que estuvieron involucrados 25 buques y unas 6.000 personas. De este episodio se han documentado 15 testigos, desde un capitán a un remero forzado, que José Luis Gordillo recoge en la monografía Un combate naval en Formentera (1993).

Estamos en el siglo XVI, el Imperio Otomano impulsa la evacuación de los musulmanes y judíos del Reino de Valencia, embarcándoles voluntariamente durante las lucrativas razias en territorio cristiano en que se saquea y se secuestra a diestro y siniestro. El renegado Aydin Reyes, Drub el diablo o Caccia Diavolo, es uno de los capitanes que Barbarroja ha destinado a esta misión y, al embarcar unos 1.500 moriscos en Alicante, es advertido de que las galeras del vizcaíno Rodrigo de Portuondo le persiguen, por lo que decide huir hacia Argelia. El mal tiempo pero, le obligará a cambiar de rumbo y buscar refugio y aguada en la deshabitada Formentera, concretamente en la bahía de s’Alga, la más grande de s’Espalmador.

Entretanto Portuondo, nombrado recientemente capitán general y deseoso de hacer méritos para complacer los designios del emperador Carlos I, tiene noticia de la presencia de cuatro embarcaciones turcas en s’Espalmador, por lo que deja el puerto de Ibiza en la medianoche emproando al enemigo con ocho galeras, una fusta y un bergantín. Navegan iluminados por la luna, en formación de arco hasta que dos galeras quedan atascadas cerca del islote dels Penjats. Casi dos horas de trabajo para desatascar los buques retrasan la irrupción de los cristianos y desordena la flota, por lo que en vez de cubrir la bahía en formación, entra sólo la galera de Portuondo, la Santa Trinidad, seguida por San Gerónimo, que dirigía su hijo. Ambos cometen una imprudencia exponiéndose en inferioridad numérica a las fuerzas turcas, que finalmente estaban formadas no por cuatro sino por quince galeotes. Las rápidas naves de Drub el Diablo ya habían dado a la fuga pero, al ver la indefensión de las galeras solitarias, volvieron para abordarlas.

El capitán y comandante de la fuerza cristiana, Rodrigo de Portuondo es descuartizado a la vista de su hijo, que es hecho prisionero. Las otras galeras, que además llevaban chusma inexperta e iban muy justas de combatientes, corrieron la misma suerte. Asimismo, Drub el Diablo había tenido la prudencia de dejar en tierra a los 1500 moriscos embarcados en Alicante, que hábiles con la ballesta, disparaban desde los extremos de la bahía a lo que quedaba de la resistencia cristiana. Cuando la galera Envidia consigue hacerse con un galeote turco ya es demasiado tarde, porque la mayoría de las naves amigas ya se ha rendido. El pánico corre entre los tripulantes de la Envidia, que abandonan la nave nadando o con el esquife. A bordo sólo quedan el capitán, Martín de Arego y algún valiente más.

Cuentan los testigos que Arego, deshaciéndose de los enemigos que le salían al paso alabarda en mano, recorrió el barco liberando a los remeros encadenados para que la ayudaran a izar velas y emprender la huida a toda pastilla. Tan cerca tenía el galeote de Drub el Diablo que los dos capitanes se intercambiaban improperios.

Así es como se salvó la única galera de la flamante formación de ocho dirigida por Portuondo. Atrás quedaron seis capturadas y una atascada e incendiada en la Punta de Castaví, 200 fugitivos que se emboscaron para evitar la daga de los turcos, 500 capturados que fueron inmediatamente encadenados a los remos moros y unos 700 muertos que flotaban o habían quedado varados en la playa . El hijo de Portuondo, cautivo, murió empalado en Constantinopla el año siguiente.

Texto: Josep Rubio

Fotografía: Próximo Ferry

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