FORMENTERA A DOS METROS SOBRE TIERRA

Rutes | febrero 15, 2018

Vicent sigue trabajando con caballos, como su abuelo, pero ahora en vez de trabajar en el campo, organiza rutas turísticas.

Los caballos de Manuel de Can Vicent Rafael araban campos, transportaban personas y ayudaron a hacer la carretera de la Mola

Texto: Josep Rubio | Fotografía: Rutas Es boixets

Desde la atalaya móvil de la grupa del caballo, Vicent Juan nos propone una vista inédita de Formentera. La cruz de sus caballos menorquines, sobre dónde se coloca la montura, es a unos 165 centímetros de altura, lo que hace que una vez montamos, la visión nos quede a más de dos metros de tierra.

La altura invita a contemplar la isla y el horizonte con otros ojos, mientras entre las piernas notamos los movimientos de un elegante animal de media tonelada.

Vicent, de 30 años, hace cuatro que abrió Rutas Es Boixets, desde donde organiza todo tipo de excursiones para adultos y niños y también actividades en las que los caballos son los protagonistas, como clases de iniciación y doma o sesiones con personas con discapacidad. Los paseos que nos propone son para todos los niveles, y para estar preparados, necesitamos algunas instrucciones muy básicas y el casco que nos facilita. Así, ya estamos listos para recorrer el litoral contemplando la puesta de sol sobre el mar o las sombras alargándose en el paisaje de la Formentera interior.

La pasión de Vicent por la hípica viene de lejos, su abuelo, Manuel de Can Vicent Rafael, fue uno de los últimos formenterenses en utilizar caballos para trabajar en el campo. Los caballos de Manuel, de raza mestiza y adquiridos en Ibiza, araban sus tierras o las del formenterense que se lo pidiera, y también ayudaron a hacer la carretera de la Mola, cargando el material que se extraía de una de las canteras de la zona.

Además, Vicent explica que su abuelo, que vivió cerca de la Punta de sa Creu, en Can Blai, empleaba los animales para llevar a otros vecinos de la Mola hacia la parte baja de la isla. De aquellos tiempos, Vicent conserva restaurados varios carros de barandilla, los tradicionales de las Pitiusas para servir en el campo e incluso para los días de fiesta, para llenarlos de vecinos e ir al pueblo. Además, también ha adquirido una carreta de muelles, una versión más sofisticada que en su día sólo utilizaba la gente adinerada para ir a misa los domingos.

Orgulloso, señala que sus 13 caballos han sido domados por él mismo, por lo que los ha transformado en ejemplares tranquilos, que no se inquietan si se cruza un perro o por el ruido de un motor y que también son capaces de hacer la emblemático «bot menorquí», una pirueta hípica tradicional del Sant Joan de Ciutadella. Para Vicent, la doma pide coger el caballo bien joven y enseñarlo con disciplina, pero sobre todo, el domador debe ser capaz de generar un vínculo firme entre el hombre y el animal. El formenterense destaca que el caballo es un animal «de manada y miedoso, que tiende a huir, extremadamente sensible y que no quiere ser montado de ninguna manera». Por ello, señala: «Te tienes que ganar su confianza, con un trato muy suave, con ejercicios a pie en el suelo y dejando las riendas largas, notando como el caballo está relajado y disfruta contigo». Así, «el animal es más que una herramienta y se convierte en un compañero», una gratificación que se completa cuando «una persona que nunca se había atrevido a montar, te mira tras una ruta y te dice que se ha emocionado».

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