EL CUADRO PENDIENTE DE ANTONI TAULÉ

Próximo Ferry | septiembre 13, 2018

El pintor intuye un Estany Pudent fantástico, con agua dulce y una isla en medio con un vergel exuberante

Ca na Costa podría ser mucho más que un sepulcro y haber sido por los antiguos formenterenses la clave para entender el mundo

Texto: Josep Rubio | Fotografía: Próximo Ferry

A principios de los setenta, Antoni Taulé i Pujol (Sabadell, 1945) quería viajar y ver mundo. Cuando ya tenía el papeleo listo para trabajar en Alaska por la Standard Oil, recibió una oferta para ir a ejercer de arquitecto técnico en Formentera, el espacio que elegiría como residencia -junto con París- y que ha marcado su trayectoria artística y personal. Había oído hablar de Formentera como un lugar próximo al tiempo remoto, un paro incierto en la peregrinación entre San Francisco y Goa, un territorio varado en el tiempo a pocas horas de navegación desde Barcelona. Los ecos beats y hippies lo sedujeron y en 1971 desembarcó en la isla para colaborar en la construcción de un complejo hotelero cercano a la Mola. Pero esta dedicación le ocupó poco tiempo y en 1972 la abandonó para volcarse a la gran pasión de su vida, la pintura, un arte que había aprendido de pequeño con su padre, Josep Maria Taulé.

Hoy sus escenas hiperrealistas, que contradictoriamente recrean ambientes irreales y oníricos y en las que se cuelan fragmentos de Formentera, se exhiben en centros de arte de todo el mundo, desde el MACBA a la Hastings Foundation de Nueva York o el Centro Nacional de Arte Contemporáneo de París. Su pincel trata la luz con gran dramatismo, alimentándose de la atmósfera de la isla que habita y que como dice él, «le habita». Cuarenta y siete años después de su desembarco, Formentera lo ha reconocido con el título de hijo adoptivo, un hecho que Taulé describe con pocas palabras: «Es lo que más ilusión me podía hacer». La distinción ha encontrado un lugar de honor en las paredes de su taller en Formentera, entre cuadros, tubos de pintura, pósters de exposiciones y libros de Pere Calders, Julio Cortázar y Raymond Roussel. El escritor francés es fundamental para entender la personalidad y la obra de Taulé, quien en 2009 creó la Fundación Tigrane Taulé, en memoria de su hijo, que incluye también el Centro de Estudios Raymond Roussel, considerado uno de los antecedentes de la literatura surrealista. Así, a la hora de observar sus cuadros o incluso de conversar con Taulé, resuenan las palabras de Roussel «una obra (…) no debe contener nada real, ninguna observación sobre el mundo, nada excepto combinaciones de objetos totalmente imaginarios».

Imbuido por su desbordante imaginación y por el magnetismo del espacio donde se ubica su casa y taller, la punta des mitjà Redó, a medio camino entre Illetes y es Pujols, en una pequeña península vertida sobre el Estany Pudent, Taulé revela sus intuiciones sobre la noche de los tiempos en Formentera. Desde su taller iluminado únicamente por la luz del norte («la más neutra de todas») evoca un Estany Pudent con agua dulce y una profundidad muy inferior a la actual, que alcanza los 4 metros. En el medio, ubica una isla exuberante donde crecía un coloreado vergel con siete fuentes de agua dulce, y de las que serían un lejano recuerdo los actuales Brolls próximos al estany o la fábula que recoge Joan Castelló Guasch y en la que sitúa dentro de sus aguas unas fuentes de agua dulce que en los días de más calma se puede apreciar cómo sobresalen hasta la superficie.

Esta misteriosa isla estaría rodeada de pasarelas de madera que facilitaban abrevar a los animales. Los animales de quién? De los antiguos formenterenses, las mujeres y hombres que poblaron la isla hace entre 3.600 y 4.000 años y que erigieron lo que hoy conocemos como sepulcro megalítico de ca na Costa, descubierto en 1974 y situado no por azar en una elevación del terreno, desde la que se domina el estany y, si seguimos el relato de Taulé, la isla de las siete fuentes. Los arqueólogos coinciden en que la cuidadosa ejecución de la obra y su compleja estructura denotan los conocimientos de matemática, geometría y astronomía que tenían los constructores. Para Taulé además este espacio tan cercano a su casa es mucho más que una necrópolis. Del mismo modo que una civilización que desconociera nuestra cultura podría excavar dentro de 4.000 años las ruinas de una catedral católica y confundirla con un cementerio porque en ella hay restos humanos inhumados, Taulé señala que ca na Costa era mucho más que un sepulcro y hacía las funciones de reloj y calendario, lo que permitiría a los pobladores de aquellos tiempos comprender los ciclos meteorológicos y por tanto asegurar en mayor grado su supervivencia y mejorar sus condiciones de vida. Sus intuiciones le llevan a sugerir que las 24 losas radiales de piedra que envuelven el monumento estaban tapadas hace cuatro milenios por una estructura de madera y pieles, por la que el sol pudiera dibujar en los espacios del medio sin cubrir su recorrido anual. Los restos de los seis hombres y dos mujeres encontrados en ca na Costa podrían pertenecer a la élite de sabios que «leían» aquellos dibujos de la luz e indicaban al resto de la población cuándo y qué había que hacer.

Sean o no acertadas estas apreciaciones, una vez las hemos conocido, el magnetismo que desprende la contemplación de este estany se hace aún más enigmático. Mientras pensamos en ello, resuenan las palabras de un formenterense quien, en mitad de la cena, espetó a Taulé que la isla de las siete fuentes era su cuadro pendiente.

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